jueves, 24 de febrero de 2011

veinticuatro

Mirando a lo lejos parece que el río y el horizonte fuesen uno. No faltaba mucho para que acabara la tarde. El gris plomizo de las nubes se fundía en el marron claro del agua.
Todo estaba en calma.
Ni el agua se movia en la orilla, donde el río se hace barro. [...]
Es increible como cambiaba todo.
La última vez era tan distino; el río, los árboles, las piedras.
Me senté en una piedra a un par de metros del agua. Desde ahí con la vista en el río parece que no hubira nada más en el mundo, solo la extensión marron interminable y yo.
Hay muchos que piensan que nuestro destino ya esta escrito, que ninguna de nuestras acciones es fruto del azar, que nada de lo que hagamos puede modificar nada. Me cuestra creerlo.
Me cuesta creeer que toda esta confusión es solo producto del destino.
Me gustaría que mi todo volviera a estar en orden, tranquilo como hoy esta el río.
No sentirme tironeado por obligaciones y deberes, que no se si son correctos.
Pero ¿qué es lo correcto? [...]

El viento se levantaba con fuerza, el río, antes quieto, ahora se agita y me moja los pies. Vuelan hojas y ramas. Tengo que irme antes que llueva si no quiero empaparme.

Tal vez así sea mi destino. Calmas y tormentas.



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